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Foto del escritorKatherin Garcés Montoya

Enamorándome con las hormonas

Actualizado: 5 jul 2021

Érase una vez una princesita muy hermosa que vivía en un castillo de altos muros y ventanas de cristal. La princesita era una niña muy buena, que obedecía a sus padres y realizaba muchas actividades en su tiempo libre para sacarle el máximo provecho, entre estas mágicas actividades estaba hacer ejercicio; esta pequeñita lo disfrutaba mucho mucho.

La princesita era un poco complicada cuando se trataba de su príncipe azul soñado, se lo imaginaba alto, con la piel blanca como el papel y sin un sólo tatuaje, el cabello color oro y una mirada conquistadora. Todos los días en la noche, antes de dormir, ella se imaginaba el encuentro con su adorado caballero y entre suspiro y suspiro caía dormida.

Una día cualquiera, después de salir de una clase de spinning que había disfrutado mucho, la princesita dirigió su mirada hacia un hombre, nada delicado, con la piel color canela, los brazos llenos de tatuajes, 1.60 de estatura y el cabello color azabache. Para gran sorpresa de la pequeña, esta se sintió altamente atraída por el plebeyo aquel. El joven, al sentir la mirada de la princesa, se volteó para admirarla; evidentemente, ella estaba hermosa, con el cabello recogido en una cola alta, cubierta en sudor y con las mejillas sonrosadas del gran esfuerzo físico que acababa de llevar a cabo.

La princesita casi se va de culos cuando vio el rostro del joven, pues en vez de tener la hermosa mirada penetrante con ojos del color del cielo, este tenía la mirada perdida, pues con un ojo le miraba la cara y con el otro el corazón.

Muy apenada por haber actuado de manera tan coqueta con un joven con belleza tan ausente, se fue corriendo y dejó al pobre mirando al infinito (la princesita creyó que al infinito, era imposible saberlo con exactitud).

En los días siguientes, la princesa evitaba la mirada del plebeyo y trataba de no llamar la atención, sin embargo, en determinado momento mientras esta se encontraba trabajando glúteos, el muchacho bizco le guiñó el ojo, volteó la cabeza y siguió caminando como si ella fuera insignificante. Pese a la cara tan nefasta y a la cantidad de tatuajes que tenía el sujeto, la princesa se sintió altamente excitada por el atrevimiento del joven y deseó con todas sus fuerzas ir a plantarle un beso.

Con el paso del tiempo, la princesita empezó a sentir muchas cosas por el pobre gurre, pues la saludaba de beso en la mejilla con mucha frecuencia y siempre estaba poniéndole las manos de manera “accidental” en lugares muy inapropiados. Ella sentía que él la miraba con mucha frecuencia, sin embargo, debido a lo bizco que era el desdichado hombre, ella sólo soñaba con que todas sus miradas fueran dirigidas a ella y no estuviera confundida por lo perdida que estaba siempre su mirada.

El interés empezó a ser evidente y poco a poco fueron hablando y conociéndose, él cada vez le hacía propuestas más atrevidas y decía muchas cosas con doble sentido que hacían que la princesita se fuera tragando cada vez más.

Al final, la pobre princesa terminó enamorada de un pendejo bizco, con la piel color canela y el cuerpo lleno de tatuajes. Con esto aprendió que soñar con un físico determinado era una pérdida de tiempo impresionante porque con una actitud arrolladora se puede conquistar el corazón más duro.

Colorín colorado, este cuento se ha acabado.



Este texto fue escrito el 12 de mayo del 2019.

Aún en el 2021 sigo pensando que no hay nada que conquiste más corazones que la actitud. Aún en el 2021 me siguen gustando feitos.

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